Si hay algo positivo que parece haber dejado el aislamiento social, preventivo y obligatorio a raíz de la pandemia, es la profundización del debate acerca del potencial de la virtualidad para el trabajo en diferentes campos. En el caso del de las terapias psicológicas, hay que decir que generó variadas opiniones, determinadas por las distintas orientaciones o corrientes metodológicas dentro de la psicología en general. Aquellos casos en los que se requiere la presencia del paciente para llevar adelante ejercicios que incluyan, por ejemplo, la exposición a estímulos específicos no fue posible lograr una buena adaptación. Sin embargo, en el caso de los practicantes del psicoanálisis, quedó en evidencia que los argumentos en contra de la virtualidad no están claros y que parecen basarse más en una suerte de “tradicionalismo”.
En psicoanálisis se corre con la ventaja de que la herramienta con la que se trabaja es la palabra. Lo terapéutico radicará en el relato que se vaya tejiendo sesión a sesión entre el paciente y el analista. Las interpretaciones de sucesos actuales o resignificaciones de hechos de la historia del pasado, que siempre giran alrededor del motivo de consulta, son las que permitirán una reestructuración que modifique el padecimiento. Esto requiere tiempo, pero no cercanía física. Lo importante será que el canal de comunicación funcione sin problemas y tanto el psicoanalista como el paciente puedan escucharse bien. También se deberá contar con un espacio íntimo en el cual quien consulta pueda sentir la tranquilidad y seguridad para hablar de cualquier cosa. Cumplidos estos requerimientos básicos el paciente gana en comodidad, y lo demuestra el hecho de que varios de aquellos que realizaron una terapia presencial, luego de probar la terapia a distancia prefieran continuar de esta manera. Por otra parte, hay que reconocer una extensión del acceso a las terapias psicológicas hacia aquellos que, por vivir lejos de los centros urbanos, disponen de menos profesionales con quien atenderse.