Desde su fundación a fines del siglo XIX hasta hoy, el desarrollo de la teoría y práctica del psicoanálisis ha variado y se ha ramificado de tal modo que se podría plantear que, en la actualidad, no hay uno, sino varios psicoanálisis. Sin embargo, podemos acercarnos a una concepción general separando estos dos términos que aparecen combinados: “psiquis” y “análisis”. A partir de aquí, podríamos reformular el título de este artículo y preguntarnos, ¿para qué analizar la psiquis?
Una primera respuesta es arrojada por el modo mismo en que el psicoanálisis nace en la sociedad: a raíz de que el malestar de ciertos pacientes que consultaban a sus médicos no podía ser explicado a través de sus conocimientos anatómicos, biológicos o neurológicos. Es importante tener en cuenta esto ya que nos permite ubicar que de lo que se trata es de una ausencia de saber o conocimiento: “¿por qué me pasa esto?”, “¿por qué no puedo evitar comportarme así?”, “¿cómo hago para lograr esto?”, “¿qué es lo que tengo que hacer?”. Son preguntas que quizás, aquel que se encuentre evaluando la posibilidad de buscar ayuda psicoterapéutica, pueda identificar con facilidad en sus propios razonamientos.
Lo segundo importante a marcar, es que estas preguntas se tornan imposibles de responder para el médico. Es cierto, en la actualidad existen muchos estudios que permiten asociar la presencia de ciertas condiciones biológicas al estrés, la depresión, la ansiedad, etc. Por ello la labor de un psiquiatra y la utilización de psicofármacos ha demostrado ser fundamental para equilibrar estás condiciones biológicas particulares en casos específicos. Sin embargo, y más allá del desarrollo de las neurociencias en el último tiempo, el estudio de los componentes biológicos de nuestro cerebro no es suficiente para explicar el modo tan particular en el que un ser humano puede llegar a sufrir. En este sentido, se vuelve completamente necesario considerar el contexto social y el modo particular en el que cada paciente interpreta la realidad.
Hay diversos autores -no solo investigadores del campo psicoanalítico-, que intentan realizar un diagnóstico del contexto social general propio de Occidente en este momento histórico. Suelen hacer énfasis en el “consumismo” -la obtención de productos como modo principal de otorgarle un sentido a la vida- o en el valor de la “imagen” -la búsqueda de seguidores y “me gusta” en las redes sociales-. Podríamos agregar también el protagonismo del “biologicismo” como forma de explicar plenamente la realidad humana a través de la biología, y al “individualismo” como modo de explicar lo que nos pasa mediante la concepción de cada uno de nosotros como ser individual. Esto último no debe pasarse de largo rápidamente, ya que se manifiesta en las respuestas que solemos darnos a las preguntas anteriormente señaladas. Frente a “¿por qué me pasa esto?”, respondemos muchas veces: “porque debo merecerlo”; frente a “¿Por qué no puedo hacer -o dejar de hacer- esto?” “porque debe haber algo en mi esencia”. Podríamos preguntarnos -sin ánimos de hacer filosofía-, “¿qué es mi esencia?”. Una de las fórmulas más famosas de Lacan es “El yo es, desde sus inicios, otro”. Es decir, ¿uno puede ser sin el otro?, ¿uno no puede variar su forma de ser según con quién se esté vinculando? ¿No podría ocurrir que uno crea que es definitivamente de cierta manera porque con determinada persona suele ser así, pero luego darse cuenta de que, en realidad, con otras personas su ser cambia? Son preguntas que dentro del individualismo de la época parecieran no poder siquiera considerarse. Es más, tan arraigada esta la idea de que uno debe ser uno mismo -con énfasis en el “1”- que si uno cambia según el contexto puede llegar a preguntarse “¿estaré siendo falso, o como se dice en Argentina, careta?”.
Ahora bien, si uno quisiese despojarse del biologicismo reinante para concebir al psiquismo y responder la pregunta “¿para qué un psicoanálisis?”, lo primero sería no confundirlo con el cerebro o la combinación neuronal. Está claro, no hay psiquismo sin eso, pero el psiquismo es algo más. El psiquismo, para el ser humano, implica el pensamiento por medio de un lenguaje. El modo de interpretar la realidad, el sufrimiento o las limitaciones que aquella pueda implicar, depende del modo en el que cada uno la piensa. La cuestión será entonces, cómo funciona este sistema de pensamiento o, en términos de Lacan, cómo funciona esta estructura de lenguaje. Para hacer hincapié en esta perspectiva, este autor no se referirá a la noción de “ser humano” sino de “hablante-ser”: alguien que, en tanto habla, “es”. A la vez, desarrollará la idea del “significante”, que no debe ser confundido con el concepto de “palabra”, pero que podríamos intuitivamente considerarlo como el elemento básico con el cual se compone la estructura del lenguaje y por ende del pensamiento. La propiedad principal del significante será que no podemos saber el significado que cada significante tiene si no sabemos con qué otros significantes entra en relación. Esto tiene una incidencia fundamental en la práctica, porque lo que para una persona puede significar “me separé de mi pareja” o “me cansé de todo” puede ser completamente distinto para otra.
Después de este humilde recorrido, frente a la pregunta “¿por qué analizar la psiquis?” podríamos responder: porque revisando y modificando la estructura de pensamiento puede cambiar el modo de interpretar la realidad, disminuirse cierto padecimiento o permitirse el desarrollo ciertos potenciales. Ahora bien, frente a la pregunta “¿para qué un psicoanálisis?” la respuesta se vuelve un poco más compleja. Es claro que muchas personas dedican mucho de su tiempo a reflexionar sobre sus problemas sin lograr cambiar nada. Generalmente a los obsesivos se les recrimina este desperdicio. En este sentido, podría decirse que el “autoanálisis” no funciona. Al concebirse a la estructura de pensamiento -o de lenguaje- en un contexto social, se considera que todo análisis de aquella requerirá la función de un otro: la figura del psicoanalista. La posición del psicoanalista -además de estar encarnada por alguien en particular-, implicará unas coordenadas que harán del lazo analista-analizante una relación absolutamente distinta a las de cualquier otra relación interpersonal del contexto cotidiano. En ese marco, se ejecutará una lectura del relato del paciente que facilite a quien se analice, el acceso a un nuevo saber capaz de producir un cambio en la estructura.
- Lic. Juan Pablo Sanjorge